Para muchos meditar es sinónimo de reflexionar, nada más lejos de lo que en realidad es; por el contrario, meditar es llegar a la supresión de todo pensamiento en la mente, cosa nada fácil. Hay que señalar que la meditación no es una práctica religiosa, aun cuando en algunas confesiones la consideren como tal, porque le dan el sentido de “reflexionar”, pensar en algo, por ejemplo en la enseñanza de algún maestro.
Para el Yoga es una práctica espiritual porque busca tener una experiencia del espíritu y si la corriente es teísta, en ese nivel espiritual, lograr la unión con Dios. Las líneas de meditación más tradicionales y conocidas están en el budismo y en el Yoga. En este último su objetivo es producir un proceso de introspección tan profundo que llegue a traspasar los límites de la mente misma, incluso suprimir los pensamientos e ir más allá de ella para entrar a la dimensión espiritual; algo que parece muy lejano, pero no imposible, porque han sido varios los que lo han logrado y de allí que se afirma su existencia.

Lo tradicional en Yoga es meditar sentado en el piso de piernas cruzadas con la columna y cabeza rectas, las manos descansando en las rodillas manteniendo un mudra o gesto. Luego, algunas respiraciones especiales llamadas pranayamas para modificar la energía, enseguida una técnica de meditación. Para lograr la postura en el piso y mantenerla el Yoga físico o Hatha Yoga es de gran utilidad, porque da flexibilidad y resistencia. En caso de no ser posible se puede meditar sentado en una silla. Luego es necesaria la guía de un instructor idóneo que no solo conozca la técnica, sino que también sus efectos y sepa cómo manejarlos en caso necesario.
Meditar requiere entrenamiento y disciplina; al comienzo no es fácil por lo que al principio hay que tener tolerancia, paciencia y perseverancia, comenzando con 10’; con la mente no se pelea porque ella siempre gana. Solo falta agregar que la práctica de meditación es personal y por tanto a solas, sin TV. Ni música, para facilitar la introspección, ya que se trata de crear un momento para estar con uno mismo, cosa que no sabemos hacer y que incluso, en algunos casos, atemoriza por la falta de costumbre y porque la mente ha sido entrenada para vivir hacia afuera con la consiguiente ignorancia de uno mismo.